jueves, 22 de enero de 2015

La vida y sus dibujos, instrucciones para a(r)mar.


La vida y sus dibujos, instrucciones para a(r)mar. Germán Dehesa.


“Cada paso que he dado en la vida ha sido como un distraído trámite entre la fragancia de un libro recién terminado y el apetito de otro por leer” GD

Cuando la desesperanza me abruma, cuando tengo ganas de morirme, rompo ese cristal que es permitido romper sólo en caso de incendio y busco un libro de Dehesa, porque inevitablemente me devuelve el fuego vital a su lugar, y atempera la llama tembeleca de incierto que amenaza con apagarse en medio de la más terrible oscuridad. No tengo claro de qué sales y aguas nutre Germán su escritura, que con mucha frecuencia al terminar de leerlo, mis ojos, antes secos por el estudio continuado y la luz refleja de la computadora, se descubren húmedos de alegría, renovados de ternura, yertos de nostalgia y una belleza indecible, que por bien dicha –dicharacha- explota en el corazón e irradia chispas de esperanza por todo el cuerpo.

La vida cotidiana, el trabajo, lo doméstico, los amigos, el futból, la política, los medios, pero sobretodo, la literatura y el pensamiento ético, profundo pero práctico, vertido en una mezcla campechana de erudición y sencillez callejera, hacen la música de este amigo de las palabras, las ideas, los autores y los libros, quien lo mismo cita a Plotino que a Habermas, a Homero que a José Alfredo Jiménez, y le echa porras a los pumas, cuando no sale de bateador emergente de los Diablos Rojos del México.

La escritura de Germán Dehesa es un buen ejemplo de la utilidad que tiene ser culto, más allá de las poses eruditas (eructitas) o los academicismos de banqueta. Su devenir, tanto hablado como escrito es un oleaje amable que acerca a la orilla de quien lo escucha o lee reliquias de nuestros orígenes puestas en charola de modernidad. Es aventurarse en el gentío de una manifestación en la que se puede uno topar con Hermes, Jano, Orestes o el político en turno para evidenciar lo profundo en una situación aparentemente trivial, y convertirla en épica. Su humanismo práctico se decanta en su palabra y se sustenta en la emoción. ¿Será por eso que al escucharlo por la radio o leerlo uno se siente tan identificado, tan convencido y tan cierto de que es posible cualquier acto poético por absurdo que parezca a primera vista?


Germán Dehesa
En La vida y sus dibujos se presenta como en tantos otros libros y artículos que escribió en los diarios: cercano, crítico, irónico y apapachón. Entreverando la vida familiar con la reflexión social y la propuesta política; la risa y el chiste con la conciencia de género y la dignidad del individuo. Refresca las formas literarias, trasvasa arquetipos en el tiempo, crea nuevos mitos. Recuerda, y al hacerlo gratifica a todos los actores de su vida: al juez, al amigo, al la institución, al lector, a la patria. Exalta y dignifica en cada oportunidad la grandeza femenina y peca a veces de falsa modestia cuando asume roma la incipiente conciencia masculina. Pero se resarce con ese enorme santoral de poetas que carga en su talega bien nutrida desde la infancia.

Este libro gira en el tiempo y la memoria en torno al infarto, los cincuenta años, las segundas nupcias y la paternidad vespertina. Esta que pareciera una edición de autor, artesanal más no por ello rústica, es un tiraje breve que salió al inicio de los noventa y que yo encontré en Sanborns. Me lo obsequiaron mis papás una noche que salieron a cenar. Llegaron a la casa con el libro encelofaneado.  Es una bella pieza ilustrada por el artista plástico Juan Sebatián Barberá, quien ha hecho retablos alegóricos de los textos, cuyos rasgos evocan algunos de los sentimientos, personajes y situaciones que se narran, si no es que rescata totalmente el sentimiento primigenio que entraña cada texto. Con su trazo muy particular dibuja las emociones, colorea los afectos, delínea los vínculos que unen palabra e imagen.

Es un libro homenaje a la vida, a lo vivido y a los vivos. Una autobiografía compartida por códigos postales que a veces quisiera revivir a los muertos. Y lo hace al hilvanar el día a día con alientos de Borges, Whitman, Arreola o Russel, Tournier, Marías, Vargas Llosa, de quienes va dejando aromas como migajas de pan en el camino para que uno las recoja y vaya tras el pastel completo que él ya digirió.

Debo en mucho mi amor a los libros a su consejo, a su pasión y amor por las ideas. A los revires humorosos con los que afianzaba su amistad con Alejandro Aura. El subtítulo del libro lo describe entero “instrucciones para a(r)mar”. Este juego poético en el que se arma el amor es la constante en cada uno de los textos, pues parafraseándolo malamente, diría que si todo lo que hacemos no sirve para amar entonces nada sirve. (“Quien no tiene tiempo para el amor no merece el amor, ni es digno del tiempo” GD).

Paternidad, matrimonio, divorcio, elecciones, futból, comida, enfermedad, antojos, educación, política, cursilería, chacota, mitología, nostalgia, burocracia, poesía, gramática, consultoría empresarial, todo, en un largo carrete de hilo de seda con el que teje una red de certezas inciertas, esas que colecciona un hombre que se sabe finito y camina hacia el abismo, al tiempo que rescata y hereda siglos de saberes y sabores con los que aliña la cruda y refrescante ensalada de la vida, y la comparte.


De "Historia de mis libros"
José Manuel Ruiz Regil

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